martes, 23 de octubre de 2007

Vértigo: amor inmortal


Por Alejandro Díaz



En uno de sus (muy recomendables y asequibles) ensayos sobre el amor, señala Schopenhauer la dificultad de mantener el interés de una pieza dramática sin incluir dicha pasión en su argumento. En el caso de Vértigo, Alfred Hitchcock parece llevar dicha afirmación hasta sus últimas consecuencias. Aunque resulte temerario afrontar un comentario necesariamente breve sobre un film tan rico y fascinante (uno de los mejores de todos los tiempos, una obra maestra imperecedera), sí da tiempo constatar que la estructura narrativa de esta película tiene como objetivo servir a la historia de atracción de Scottie (asombroso James Stewart) por Madeleine (impresionante Kim Novak), por encima de una trama criminal de la que Hitchcock se sirve para plantear el complejo concepto de amor que le interesa mostrar.

Un amor que se despierta en el detective a medida de que va sugestionándose con la historia de Madeleine y sus antepasados, la cual otorga a la mujer una personalidad misteriosa, sensual y problemática. Su hechizo continúa aún después de su desaparición, y arrastra a Scottie a un desesperado proceso de reconstrucción del ser amado, en el que visita los lugares y objetos "impregnados" por sentimientos del pasado, hasta culminar con la milagrosa "resurrección" aparente de aquella mujer, que se revela inútil, pues la imagen romántica que Scottie se había hecho de ella resulta irrecuperable.

Así es como Hitchcock introduce la idea de que una historia de amor profundo implica cierto grado de simulación, de juego peligroso, de mentira, de insinceridad, que propulsa la fascinación por un personaje que carece de entidad "objetiva", por una idealización particular que incluye unos elementos periféricos indispensables (el peinado y color capilar, el traje gris, el ramo de flores, el coche verde, las tendencias suicidas y una especie de reencarnación espiritual). Este axioma parece ser comprendido mejor por Judy que por el propio Scottie, que busca con ahínco la "verdad".

El director, con el apoyo de Bernard Herrmann, el operador Robert Burks (en buena parte responsable de esa admirable atmósfera onírica) y el resto del equipo, haciendo gala de un insultante dominio del lenguaje cinematográfico consigue, como casi nunca en la historia de este arte, o del arte en general, enfrentar al hombre a solas con su deseo, al margen de los amigos, de la familia y del mundo, embarcado en una persecución de imágenes en forma de aventura erótica personal que cobrará irremediables tintes trágicos.

[Tomado de: http://www.miradas.net/2007/n65/estudio/vertigo.html]

No hay comentarios: