martes, 6 de noviembre de 2007

Análisis de algunos personajes de “Viridiana”


La llegada de Jorge (hijo de don Jaime) es una siniestra jugada póstuma de don Jaime. Jorge es un personaje que representa una rigurosa inversión de las convicciones piadosas de Viridiana. Si Viridiana podía compartir con don Jaime su renuncia al mundo presente, nada de Viridiana es en principio compatible con Jorge. Buñuel dice de este personaje: “No es un inmoral. Es un hombre muy racional, con un sentido muy práctico y desdeñoso de las convenciones sociales. Es alguien que piensa en el progreso desde el punto de vista racional y burgués”. En suma, Jorge es anticlerical y ambicioso, alguien que trata a la compañía femenina a su antojo y cuyos objetivos en la vida están del lado del triunfo y el placer en lugar de la privación y el dolor. Es, por así decir, un hombre de su tiempo, descreído y gozador.

Viridiana vive su experiencia a través del prisma de la religión, don Jaime a través de su obsesión necrofílica y Jorge a través del comercio. La visita primera que el joven hace a la habitación de Viridiana es bien explícita: fuma un puro, echando bocanadas de humo al aire, se sienta en la cama de la novicia, interpelándola y mirándola fijamente a los ojos y ridiculizando los fetiches religiosos y el ascetismo en el que la muchacha ha decidido vivir. Ningún entendimiento puede existir entre ellos, salvo la voluntad del difunto de hacerles compartir su herencia.

Una secuencia muestra de modo ejemplar la oposición entre sus caracteres y sus proyectos vitales: el montaje paralelo enfrenta la productivización acelerada de la tierra por medio de las máquinas a la oración del Ángelus por Viridiana y sus mendigos.

Entre los mendigos, el Cojo es un personaje muy especial en la película. Tempranamente, lo vemos pintando a su bienhechora como si de la mismísima Virgen se tratara, pero, en seguida, cuando se encuentra en su ambiente, libre de la mirada vigilante de los de arriba, se convierte por así decir en la mano armada de los mendigos. Con gran facilidad echa mano de la navaja ante sus compañeros. Es en sentido estricto un delincuente, el único en realidad de todo el grupo que perpetra acciones deleznables con orgullo y convicción. La distinción es sumamente relevante. Los demás mendigos carecen de criterio moral, son irresponsables, incluso crueles o desagradecidos, pero ninguno de ellos comete fechorías delictivas graves. El Cojo, por el contrario, amenaza con su navaja al Leproso obligándole por la fuerza a abandonar la cocina durante la primera noche, no duda en aprovechar la ocasión propicia para desvalijar la casa y, cuando es descubierto por Jorge, lo amenaza con su cuchillo. Por si fuera poco, es él quien intenta perpetrar la abyecta violación de Viridiana. Nadie como él encarna el fracaso social de la caridad cristiana de Viridiana.

Mención aparte merece el Leproso. Personaje de una insólita riqueza semántica e ideológica, sufre en sus propias carnes la insolidaridad del resto de los mendigos, su crueldad y desprecio. En este sentido, es un antimodelo del Cojo. No es, en absoluto, un delincuente por psicología, sino más bien un amoral auténtico. Representa el ejemplo más indiscutible del realismo de Buñuel, pues no se trataba de un actor profesional. La historia de este personaje es harto curiosa; Buñuel diría al respecto:

“El que era mendigo real es el que hace el papel del Leproso. Este había sido figurante de teatro, pero actor, nunca. Para mí es el que está genial. Era malagueño, mendigaba realmente en Madrid y estaba alcoholizado. Durante el rodaje, era imposible tener comunicación con él, pero finalmente lo conseguí. Sus reacciones en las escenas son auténticas, se indignaba o se alegraba de verdad.
Era muy flaco. Cuando llegaba borracho causaba problemas. Había una escena en la que tendía el brazo para que le dieran un pan y otro mendigo le daba un golpe en la mano y decía: «¡No, que tienes lepra!». Él debía gritar, soltando el pan: «¡Mentira! ¡Eto no é lepra!». Bueno, pues, era imposible hacerle soltar el pan, se agarraba a él como un náufrago a una tabla. El primer día en el estudio se orinó tras bastidores sobre una caja de registros, provocó un cortocircuito y dejó el plató a oscuros. Los técnicos se enfurecieron: «¡Oiga, usted, hijo de puta!». Él no comprendía: «¿Yo q ué he hecho? ¿Dónde hay que meá aquí?». En la escena en que el Cojo va a violar a Viridiana y en la que el Leproso daba un golpe en la cabeza del Cojo, vino Silvia Pinal a decirme: «Luis, es imposible, este hombre apesta». Era verdad, el pobre hombre se había hecho caca en los pantalones: tenía diarrea y era verdad que apestaba”.

Este personaje desgraciado que es obligado a caminar arrastrando una lata para anunciar su proximidad a los demás, carece de cualquier sentimiento. Un comportamiento suyo bastaría para demostrarlo: lo que hace con una paloma. En primera instancia, el Leproso muestra un gesto cariñoso hacia la palomita que llega a ser su única compañera mientras recorre solitario la hacienda apedreado por sus insolidarios compañeros, a quienes repugna su enfermedad. Nada más emotivo que ver a este desgraciado y marginado desplazando su afectividad herida hacia la blanca palomita que acaricia con cariño en su regazo. Ahora bien, esta concesión a lo melodramático no es en Buñuel más que la preparación del más rotundo desengaño. Así, poco más adelante, en pleno fragor de la fiesta y el desorden, veremos al Leproso activar el disco de Haendel y a su son salir del dormitorio de don Jaime vistiendo todos los fetiches del traje de novia y, en el momento de mayor entusiasmo, lanzar a los aires las plumas de la palomita que lleva guardadas bajo su chaqueta. De tan cruda manera se resuelve su amor por el tierno animalito y así también nuestra compasión por este marginado entre los marginados.

[Tomado de: Sánchez-Biosca, Vicente. “Luis Buñuel: Viridiana”. Barcelona: Paidós, 1999.]

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