martes, 6 de noviembre de 2007

Viridiana o la piedad ingenua


Por Leopoldo Cervantes-Ortiz

Entre los grandes maestros del cine del siglo XX, Luis Buñuel (1900-1983) es la única
presencia hispánica. Ateo declarado —“gracias a Dios, todavía sigo siendo ateo”, dijo alguna vez— nunca renegó de sus raíces. “Soy cristiano por la cultura, si no por la fe”, escribió en “Mi último suspiro”, su autobiografía. Formado por los jesuitas, abandonó la fe en su juventud. Como detalle nada desdeñable, en varios momentos incluyó el sonido de los tambores de Semana Santa, una tradición ancestral de Calanda, su tierra natal. Ligado al surrealismo, comenzó su carrera cinematográfica con “Un perro andaluz” (1929), película realizada en Francia junto con su entonces amigo Salvador Dalí, y siguió con “La edad de oro” (1930). Dicha influencia (la del surrealismo), de la que nunca renegó formalmente, lo acompañó durante toda su filmografía.

Cronológicamente, sus 32 cintas pueden dividirse en tres periodos más o menos definidos: el estrictamente surrealista, sus películas mexicanas y el último, durante el cual dirigió casi exclusivamente en Francia, aunque también lo hizo en España. Fuera de las secuencias satíricas en sus dos primeras obras y de algunas referencias en otras más, fue en trabajos posteriores donde el tema religioso es tratado con una profundidad poco común.

Esto vale especialmente para cinco filmes: “Los olvidados” (1950), “Nazarín” (1958), “Viridiana” (1961), “Simón del desierto” (1964) y “La vía láctea” (1968). En esta ocasión, analizaremos el caso de “Viridiana”, una de sus películas más reconocidas por críticos de diversos países.

Con “Viridiana”, Buñuel regresó fugazmente a España. “Viridiana” es tal vez la más irreverente de las películas buñuelianas, aunque plantea un problema religioso de fondo. La protagonista es una joven novicia que, antes de profesar, visita a un tío viudo. Él se enamora perdidamente de su sobrina debido al extraordinario parecido con su esposa y trata de convencerla de que no se haga monja. Una noche, la droga e intenta poseerla, pero renuncia en el último momento. Al otro día, luego de confesarle sus intenciones, el tío se suicida. Viridiana tiene que regresar y hacerse cargo de la hacienda; siente cierta culpabilidad y pretende expiarla. Intenta, entonces, practicar la caridad con algunos mendigos, a quienes instala en la casa. Estos, aprovechando su ausencia un día que sale con su primo Jorge, llevan a cabo una fiesta desaforada, pero al verse sorprendidos tratan de violar a Viridiana, echándole a perder su proyecto caritativo, pues al final ella decide quedarse con su primo como su amante.

En esta película, podemos observar que aparece en escena alguien que intenta actualizar la fe y la caridad cristianas, pero termina topándose de frente y sin remedio con un mundo ante el cual la religión no es más que un espejismo inaplicable. Llama la atención que Buñuel negaba esta interpretación de la película, pues prefería relacionarla con el Quijote. Al respecto, dijo lo siguiente: “Don Quijote defiende a los presos que llevan a galeras y estos lo atacan. Viridiana protege a los mendigos y ellos también la atacan. Viridiana vuelve a la realidad, acepta el mundo como es. Un sueño de locura y finalmente el retorno a la razón. También Don Quijote volvía a cambiar y aceptaba ser solamente Alonso Quijano”. Pero no existe contradicción entre una perspectiva y otra, pues la idea básica es muy nítida: ser-cristiano-en-el-mundo es una empresa quijotesca, utópica, contraria a los cánones del mundo.

Viridiana fue objeto de las más violentas críticas, pues al ganar el premio a la mejor película en Cannes, recibió una amplia difusión aun cuando se prohibió en España debido, entre otras cosas, a la secuencia del festín de los mendigos, aparentemente una parodia de la última cena de Jesús con sus discípulos.

Quizá sea bueno terminar este breve ensayo con estas palabras de Buñuel, que muestran muy bien su actitud ante el misterio y la fe: “Hay gente muy inteligente que creen en Dios. ¿Por qué no, después de todo? Está en la naturaleza humana el buscar una esperanza. En cuanto a mí, no puedo dejar de ser como soy. No he recibido la Gracia que da la fe. Me interesa una vida con ambigüedades y contradicciones. El misterio es bello.” Más allá de los discursos y las salidas inteligentes, el cine de Buñuel queda como testimonio de una búsqueda espiritual y estética ejemplar, fiel al interés por las contradicciones y por exponer la doble moral de todo poder (político, religioso y militar) desde la trinchera artística.

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