martes, 20 de noviembre de 2007

El padrino: una lección cinematográfica


"América hizo mi fortuna", dice un hombrecillo con bigote insignificante y de aspecto preocupado, y la cámara inicia un lentísimo travelling hacia atrás, hasta mostrar la espalda del hombre al que el hombrecillo cuenta sus penas: Don Corleone (Marlon Brando), el Padrino.

"Hice ‘El padrino’, porque estaba arruinado y lleno de deudas" dijo Coppola en unas declaraciones, años después de rodar el film y la tendencia a calificarla de película alimenticia tienta a muchos de los exégetas de la obra. Sería ocioso tratar de dilucidar los motivos que le llevaron a dirigirla, pero, a los ojos de cualquier espectador, está claro que los grandes temas recurrentes de la filmografía de Coppola estan presentes en "El padrino". Cuando Coppola se encontró con el proyecto no era todavía nadie en la industria como director de cine. Cuando los directivos de la Paramount pensaron en él buscaron alguien con oficio y con entroncamiento en la comunidad italiana, que pudiera limar las asperezas que se presentaran. El proyecto, al llegar a manos de Coppola, todavía era material virgen, sin reparto adjudicado. La madurez narrativa, el sentido de la elipsis, la mano maestra en la dirección de los actores, el poderoso sentido del encuadre que siempre recorta el adecuado fragmento de la acción de forma que produzca el impacto deseado, de que Coppola hace gala en el film, no son el producto de un mero oficio, el resultado de un encargo, sino la dedicación, el arte de un cineasta que sabe utilizar todos los recursos de los que dispone para narrar una historia que, en manos de otro director, nunca hubiera producido el impacto que causa la visión de la película y que permanece en sucesivas visiones.

El excepcional trabajo de Gordon Willis, el director de fotografía, no es sólo el fruto de su gran inspiración, sino el resultado de las largas sesiones con Coppola, buscando los matices que debía tener cada aparición del Don, creando esas tenebrosas y "falsas" luces que apenas iluminan su despacho, o "recreando" la deslumbrante luminosidad de Sicilia.

Fue Coppola el que insistió en que Brando interpretara al Don, y de que Al Pacino fuera el nuevo Don, ante la oposición reiterada de los directivos de la Paramount, que estuvieron a punto de retirarle el proyecto. Para Coppola, Brando era el único actor con aureola mítica necesaria para encarnar al Don. De la misma manera, el director, insistió en rodar en Sicilia las escenas que transcurrían en la isla. La contrapartida a estas peticiones fue que Coppola no percibió salario por el film, sino un porcentaje de los beneficios que diera el film una vez cubiertos los costes. El éxito arrollador de la película hizo la fortuna de Coppola y fue su consagración profesional; a partir de "El padrino", cualquier película suya ha sido, para bien o para mal, un acontecimiento.

No hay en la historia del cine un trabajo comparable por las ambiciosas dimensiones del empeño, su visión totalizadora y su vigor narrativo que la trilogía de "El padrino". Si estableciéramos un paralelismo con la literatura, tendríamos que pensar en autores de la vastedad, el talento y la significación de Balzac, Victor Hugo o Tolstoi, completos y complejos, cada uno de ellos toda una literatura en sí mismo. Coppola alumbró unas de las obras mayores del cine con este ciclo familiar que enhebra lo épico y lo cotidiano para trazar un significativo fresco de la historia de Estados Unidos en el siglo XX y, al tiempo, sumergirse en las tormentas de la condición humana, ese agitado mar de ambiciones, lealtades, pasiones y miserias.

La trilogía de "El padrino" es, efectivamente, una lección cinematográfica, de cómo se narra una historia, sus antecedentes y ramificaciones, con un dominio del ritmo narrativo prodigioso, y es también un precioso documento sobre las luces y sombras del ser humano, un trabajo más elocuente al respecto que toda una enciclopedia de sociología y antropología. Hay que hacer punto y aparte para destacar el capítulo interpretativo, una de las grandes bazas de la trilogía. Marlon Brando, que luchó por hacerse con un papel que lo devolvió al primer plano del prestigio actoral, cinceló un don Vito que permanece como paradigma; Al Pacino dio lo mejor de sí como el joven Michael Corleone que evoluciona de la pureza a la asunción de la siniestra condición de su personaje, y que culmina con un sobrecogedor ejercicio de expiación, y Robert De Niro encontró en su joven Vito Corleone el definitivo trampolín que le permitió desarrollar su talento. Sumando todos estos elementos, se comprende que "El padrino" permanezca como una de las obras maestras del cine, una trilogía imprescindible.

[http://www.loscorleone.com/criticas.php?id=1]

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